Josep Maria Esquirol: «El pensamiento es acción, quien comprende mejor una situación ya ha empezado a cambiarla» - Ethic (2024)

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Josep Maria Esquirol: «El pensamiento es acción, quien comprende mejor una situación ya ha empezado a cambiarla» - Ethic (1)

David Lorenzo Cardiel

@davidlorcardiel

Con su luminosa mirada sobre la condición humana y nuestras posibilidades para progresar éticamente, el filósofo, ensayista y catedrático Josep Maria Esquirol (Sant Joan de Mediona, 1963) se ha convertido en un referente del pensamiento español. Distinguido, entre otros galardones, con el Premio Nacional de Ensayo en 2016, el autor de obras notables como ‘La resistencia íntima’, el filósofo catalán regresa con ‘La escuela del alma‘ (Acantilado).

¿Qué aspectos reivindica su propuesta, la «filosofía de la proximidad»? ¿Por qué es tan importante lo cotidiano en la vida humana?

«Proximidad» indica la manera de hacer un camino. En él no se trata tanto de correr mucho y de llegar muy lejos sino de procurar aproximarse, aunque sea solo un poco, a la hondura de las cosas. Hondura que se halla, ciertamente, no solo ni prioritariamente en lo excepcional, sino en la cercanía de la cotidianidad. Y, sobre todo, en el «prójimo».

En Humano, más humano usted reivindica un rasgo muy cristiano, pero que lleva milenios siendo repetido por los sabios de oriente y de occidente: la necesidad, tan tolstoiana, de una vida sencilla. «Pan y canto», escribió usted. ¿Podemos ser felices únicamente cubriendo nuestras necesidades materiales?

«Pan y canto» es, sí, una reivindicación de las necesidades más básicas, pero en ellas están también las necesidades espirituales. El pan alimenta nuestro cuerpo, y el canto, nuestra alma. Sin embargo, es mejor no separar las cosas más de la cuenta. Necesitamos compartir el pan y necesitamos compartir el canto. Ese compartir es esencial. Quien dice pan, dice también casa. Y quien dice canto, dice también palabra cordial. Necesitamos compartir el calor del hogar y la calidez de la palabra que vibra cordialmente. Y, ya que me cita a Tolstói, le diré que yo soy más amigo de Chéjov, precisamente porque encuentro en él menos grandilocuencia y más proximidad.

¿Qué precisamos para sentirnos realizados, en plenitud con nosotros mismos y con los demás? ¿De dónde cree que emana la agresividad humana?

La plenitud y la perfección no son de este mundo. Lo que necesitamos para sentir que estamos en el buen camino es comprobar que algo de lo que hacemos está bien y hace el bien. Es muy difícil explicar la violencia y el mal. La banalidad, la ignorancia, la falta de calidez y de horizonte, una sociedad tremendamente consumista y competitiva son algunos de los factores que podrían formar parte de dicha explicación.

«La plenitud y la perfección no son de este mundo»

Vivir, pensar, amar. Estos tres «infinitivos esenciales», como los llama usted, los ha explorado en La penúltima bondad. ¿Por qué es tan importante la práctica de la bondad? ¿En qué sentido nos hace ser más humanos?

¿Hay algo más alto que la paz y la bondad? ¿Hay algo más humano que la fraternidad? Me parece que la respuesta a estas preguntas es muy evidente. Y en absoluto creo que el uso de estas palabras sea propio de un idealismo moralizante y poco realista. Aunque demasiadas veces solo se dé en los márgenes, la bondad de las personas es la última fuente de sentido y de esperanza que hay en este mundo.

Dice en La penúltima bondad: «Aquí, en las afueras, el mal es muy profundo, pero la bondad todavía lo es más. (…) Aquí, en las afueras, no solo vivimos, sino que somos capaces de vida». ¿Hasta qué punto un hombre o mujer cualquiera, de a pie, puede transformar su vida y la de sus semejantes a través de su pensamiento y de sus actos? ¿Somos seres creadores del contexto circunstancial que nos rodea o nuestro destino consiste en permanecer pasivos para sobrevivir un mundo y orden impuestos?

Lo primero que hay que advertir es que el pensamiento es ya acción, quien comprende mejor una situación ya ha empezado a cambiarla. Lo segundo es que muchas veces los pequeños cambios son los más revolucionarios. Por eso hablé, hace unos años, del desplazamiento de «medio palmo», y, ahora, de los «círculos pacíficos de los treinta pasos». Ese medio palmo y esos treinta pasos son algo que interpela a todas las personas. Y, respecto a la segunda pregunta: ser humano es, evidentemente, estar situado en un contexto circunstancial. Pero siempre trascendiendo dicho contexto. Si no fuese así, no tendría sentido hablar de libertad, y, sin embargo, lo tiene. Como decía Levinas, la persona humana significa incluso al margen del contexto. No somos títeres en manos de fuerzas que nos gobiernan a nuestras espaldas. Por eso es tan importante asumir el inicio que cada uno es y responder por sí mismo.

«No somos títeres en manos de fuerzas que nos gobiernan a nuestras espaldas»

Se observa en su obra el pálpito de una esperanza, nada ingenua, sí firme y serena. ¿Cuál es el papel que juega la esperanza –como un acto consciente y no inocente– para el desarrollo ético del ser humano?

Difícilmente cabe vivir sin esperanza alguna. Pero, ¿qué significa ahí «esperanza»? ¿Acaso se trata de una subordinación arbitraria al discurso religioso? En absoluto. El sinsentido lleva a la evasión (somnolienta, consumista o violenta). Por eso es tan importante encontrar aquello que ya tiene sentido –como la amistad– a la vez que buscar y esperar un poco más de sentido: ahí está la profunda vocación filosófica de todo ser humano. Procurar hacer un camino con sentido hacia un poco más de sentido: esta es la situación humana fundamental. El mal es el sinsentido.

En La escuela del alma, ensayo que estructura a modo de bienaventuranzas y de un pequeño curso de filosofía, el lector es, además, alumno. La palabra que más repite es «felicidad». ¿Qué es la felicidad para usted? ¿Cuál es la receta, si existe, para ser felices?

La felicidad no es un estado de plenitud. La felicidad está relacionada con la acción, y no es lo contrario de la tristeza ni de la angustia. La dificultad forma parte del camino de la vida. Y hay un tipo de dificultad que no puede superarse: no es un problema del que pueda encontrarse la solución. Por eso, a veces, al darse uno cuenta de que va en la buena dirección, o de que ha podido disfrutar de algo realmente bello, o de que un buen encuentro acaba de producirse en su vida… se siente feliz. Todas esas cosas son motivo y fuente de felicidad, de alegría, de gozo. Y, evidentemente, para nada de eso hay recetas. Para las cosas verdaderamente importantes de la vida hay que desconfiar de las banales recetas que se multiplican en los libros de autoayuda.

«Sin la presencia del tú, el mundo mismo se hundiría en una especie de dimensión fantasmagórica»

En este ensayo explora también el valor de la educación. ¿Tan importante es para formar buenas personas y buenos ciudadanos?

Ser humano es ser capaz de madurez. Pero la madurez no es un proceso automático ni seguro. De ahí precisamente la idea de cultura: el humano tiene que hacer algo consigo mismo para madurar bien. Ocurre, ahí, que alguien te puede ayudar. Sin duda, nadie puede madurar en tu lugar, pero sí ayudarte a hacerlo. Y es así como se fragua la idea de la educación, de la formación.

¿Y de qué manera debería ser la educación para conseguir una sociedad más altruista, generosa y respetuosa?

El principal problema que tiene la sociedad actual en este punto es que carece de horizonte, es decir, parece ignorar en qué consiste la madurez y parece que ya no ve la cultura como cultivo para la madurez. Ha convertido el tema de la educación en una cuestión técnica. Cree que, disponiendo adecuadamente las piezas, se puede alcanzar el resultado, pero evidentemente no es así.

Se encuentran la familia, la amistad, los seres queridos, como elementos esenciales de nuestro contexto vital. ¿Nos definen, nos complementan existencialmente? ¿Por qué, según la tendencia aceptada, nos sentimos cada vez más solos?

Los encuentros –los buenos encuentros– nos constituyen. La biografía viene definida, sobre todo, por estos buenos encuentros. Sin la presencia del tú, el mundo mismo se hundiría en una especie de dimensión fantasmagórica. El tú no es, pues, algo que nos complementa sino lo que nos constituye y nos sostiene. Paradójicamente, la sociedad contemporánea produce masificación y, a la vez, aislamiento. De ahí un creciente malestar de fondo, que se expresa en los llamados problemas de salud mental. La depresión es ya la nueva pandemia.

«Hablamos demasiado del futuro, cuando lo que necesitaríamos es hablar más de nuestro presente»

Por último, quisiera preguntarle sobre la era digital, donde la inteligencia artificial, la propuesta del metaverso, las gafas de realidad aumentada, etc., suponen un desafío para nuestra condición humana. ¿Necesitamos ser mejorados los seres humanos, como defienden las principales corrientes transhumanistas? ¿La realidad necesita ser «aumentada» con ficción superpuesta o deberíamos mejorar nuestra mirada sobre nosotros mismos y lo existente?

Creo que el problema más gordo no viene con el desarrollo científico-tecnológico, sino con la ideología que lo acompaña. Esta ideología, como ya decía Marx, es como una droga que nos evade. Hoy hablamos demasiado del futuro, cuando lo que necesitaríamos es hablar más de nuestro presente y de hacer frente a los problemas tan graves que tenemos. El transhumanismo forma parte de esta ideología evasiva. Sí, tal vez alguien pueda creer que iremos «más allá de lo humano». Pero será muy triste que este viaje a ninguna parte se haga a costa de quedarse corto en humanidad. Lo sensato no es «ir más allá de lo humano» sino intentar que el humano sea más humano y menos inhumano. Por otra parte, el futuro no es algo que viene. No es un destino que nos viene encima y al que nos tenemos que adaptar. Cada persona es un inicio, y tiene en sus manos cuidar e incrementar la belleza y la justicia, o dejarse arrastrar por lo impersonal que se presenta adornado con semblantes muy seductores.

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